Gancho al hígado

(Embargada para sitios en internet hasta las 24:00 horas locales)Luto por tragedia en NYJosé SulaimánEL UNIVERSALEl mundo está de luto este 11 de septiembre. Hace precisamente 10 años que dos aviones con el diablo adentro, con bárbaros fanáticos enloquecidos como animales rabiosos, fueron directo a las Torres Gemelas de Nueva York para convertirlas en puñados de tierra, haciendo polvo también a muchos miles de inocentes que laboraban dentro y a los pasajeros que infaustamente habían tomado ambos vuelos en Boston.Favorecidos los que murieron al instante con la explosión, pero no deseo imaginarme la angustia y desesperación que sufrieron los que pocos minutos después, lentamente, se acercaban a la muerte; instantes que deben haber sido siglos, como lo muestran las imágenes de aquellos que se tiraban de las ventanas de ese gigante de concreto.La mañana de ese negro día, yo trotaba en mi casa sobre una banda eléctrica -entonces podía hacerlo poco-, antes de salir al aeropuerto, precisamente a Nueva York, para atender la gran pelea entre Bernard Hopkins y Tito Trinidad que, por el título de peso medio del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), se celebraría cuatro días después, cuando escuché con estupor esa increíble noticia que revolucionaría al mundo entero por la tv.Desde luego, la pelea se pospuso para unos días después; decidí asistir, sólo unos cinco días después del atentado, en contra de los consejos de muchos y de la voluntad de mi familia, pues sentía en el alma mi obligación y compromiso de estar con mi gente del boxeo y con el pueblo neoyorquino en momentos tan tristes y dramáticos.Mi hijo Pepe me acompañó -no me permitiría hacerlo solo-; se afeitó la barba que usaba, para evitar confusiones, como me dijo entre risas: "¡Imagínate, con cara y apellido árabe!".Antes del abordaje nos revisaron hasta la lengua, era un avión 757 con sólo 27 pasajeros, con más de 300 asientos vacíos. Llegamos a Nueva York a un aeropuerto casi sin movimiento, salimos en no más de 20 minutos, tras observar las caras adustas de los oficiales de migración y aduanas. Luego de tantos viajes míos a esa urbe de hierro, noté con increíble sorpresa la rapidez con que viajaba nuestro taxi y la escasa circulación de vehículos.El espíritu depresivo que vivía la gente en la ciudad era evidente, calles desoladas, extrañamos la multitud tradicional cuando se chocaba en las calles con otros transeúntes, el paso a otra acera lo hacíamos casi solos. Restaurantes vacíos a los que...

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