Indígenas reos viven “justicia diferente”

MÉXICO, D.F., abril 13 (EL UNIVERSAL).- Pablo Huachina Posadas, indígena náhuatl, no olvida aquellas palabras que un custodio le dijo: “Tú ya no vas a salir, aquí te vas a pudrir. Personas que no hicieron nada jamás han podido salir y tú que sí lo hiciste no vas a salir, ni lo pienses”.

La de él es una de las 2 mil 773 historias de injusticia que por robar un aguacate, transportar madera, o ser acusados por sus patrones de un robo, fueron alejados de sus familias.

Sin embargo, ahora ya están libres con el apoyo de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI).

Aquel 16 de marzo de 2012, el hombre de 51 años de edad, originario de Cuahuximaloyan, municipio de Xochiapulco, Puebla, llevaba leña de encino en su camioneta en apoyo al Presidente Auxiliar de Huahuaxtla, tal y como lo había solicitado el Juez de Paz de Carreragco, municipio de Tetela de Ocampo.

Al circular por el tramo de la carretera Talcozama y El Arenal, en Zacapoaxtla, Puebla, Pablo Huachina fue detenido por la policía estatal y trasladado al Ministerio Público. Posteriormente fue consignado al Juez Penal del Distrito por delitos contra la ecología en su modalidad de transporte de recursos forestales maderables.

Desde ese día, la vida de Pablo y su familia cambió por completo: dos meses estuvo tras la rejas, aprendiendo a sobrevivir en un Centro de Readaptación Social, en los que, asegura, no están los que deben estar.

“En la cárcel en el trato hay de todo, para que voy a decir que a uno lo tratan bien... Pero además hay muchos que no la deben”, comenta en entrevista con EL UNIVERSAL.

El estar encerrado le permitió darse cuenta cómo es tratado un indígena que por el simple hecho de serlo, debe enfrentar la discriminación de todos.

“En los separos estuve 27 días. Ahí no hay libertad de ‘peluquearse’ o rasurarse. A veces alcanzaba dos tortillas, un poco de frijoles y sal. Eso era todo. Por ser el último en haber entrado, me comía lo que quedaba”, cuenta.

Hace una pausa, la garganta se le cierra al recordar que para las autoridades, el hecho de ser humilde es sinónimo de delincuente.

El indígena que llevaba una vida de albañil con ganancias de entre 50 y 150 pesos diarios —con los que intentaba mantener a sus tres hijos y a su esposa— siente coraje por la forma en que son juzgados.

Abre un poco sus sentimientos:Las primeras noches en prisión lloraba, sentía que nunca iba a salir. No tenía apoyo moral, sin dinero… estaba desolado. En la cárcel siente uno...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR