El objeto del deseo

Ebrios de pasión?Vertíamos la cerveza en las anatomías que se enchinaban por su frescura?.Anahita Avesta

EL GRAFICOMe gusta tomar cerveza, de todo tipo: claras, oscuras, nacionales, extranjeras, pero cuando probé una en especial, vaya que la deleité como ninguna otra. Sobre todo por la compañía que le dio una importancia excepcional.

Lo conocí gracias a un amigo, quien sabe mi delirio por los fuereños, y esta vez fue un hombre, cuya nacionalidad hace honor a su cualidad, según lo interprete cualquiera de mis paisanos.

?Cuando les digo que soy belga, empiezan a alburearme?, me dijo con una sonrisa y gran sonrojo; ?habrá que descubrirlo?, pensé disimulando mi interés por aquel madurito de nariz prominente.

Ethan vive en esta ciudad y le gustan las mexicanas, de quienes se expresa con admiración ?por el arrojo que tienen para ligar?, me confesó como retándome, mientras mi amigo poco a poco se hacía de humo al ver la buena comunicación entre nosotros.

La noche avanzó y, ya solos, me invitó a tomar un trago en un lugarcito cerca de su casa, ?donde vas a probar una cerveza de verdad?, sentenció llevándome de la mano.

Larga fue la charla sobre música, su país y la hechura de la bebida compatriota que despacio nos soltaba de la lengua, lanzándonos piropos y acercándonos más.

Toques ?inconscientes? en las manos, mi pelo, su cara, para llegar a su cuello diciéndole que olía riquísimo.

Hasta que, acurrucada en su quijada, lamí el lóbulo de su oreja? El estremecimiento fue evidente y me envalentoné por la reacción. El bar se había quedado vacío, así que pedimos la cuenta y antes de que la llevaran a la mesa, finalizamos la última botella, nerviosos, expectantes.

Camino a su casa, entre charcos y banquetas malhechas, nos sosteníamos desvergonzados aferrándonos a los cuerpos que se iban conociendo, y al llegar a la puerta principal, nos dimos un faje con el que me di cuenta que las insinuaciones sobre su gentilicio eran ciertas.

En el abrazo, yo rozaba con mi muslo el bulto que sobresalía de su pantalón; el inesperado restregón hizo que apurara a sacar las llaves para entrar de una vez por todas y trémulos arribamos a su departamento.

Me dejé caer en el sofá, Ethan fue al refrigerador y sacó un par de esas cervezas que nos dieron ese puntito excitante. Chocamos los cristales y bebimos impulsivos tal y como nos abalanzamos uno hacia el otro para despedazarnos la ropa.

Los labios mojados por la malta humedecían las pieles, los revolcones nos deslizaron...

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