Don't stop me now

Caídas, pesadillas, cicatrices y sueñosFJ Koloffon

EL UNIVERSALHay pocas cosas más vergonzosas que caerse: encontrarte de pronto desnudo en el patio de la escuela ?un sueño recurrente y angustioso en mi juventud?, un retortijón fatal de tripas a media carrera de 21 kilómetros o una diarrea invencible a bordo del transporte público, o un desastroso pleito conyugal en plena comida con amigos. Esas son pesadillas.

Pero vamos a las caídas, que incluso a solas son bochornosas. No hace falta que alguien te mire para sentirte miserable cuando súbitamente te encuentras ahí tirado en el suelo, vulnerado. Aunque sí, frente a los demás siempre es peor.

Hace unas semanas un pobre hombre se cayó enfrente de mí a hora pico en Viveros. Se fue de bruces mientras corría y apenas alcanzó a meter las manos. De inmediato lo ayude a pararse. "¡Arriba, vamos!", le dije y apenas le di oportunidad de sacudirse la tierra y sobarse. Abochornado, me dio las gracias.

Yo retomé el paso y comencé a hacer un recuento de mis caídas. No me acuerdo de ninguna en la que haya hecho de verdad el ridículo (toco madera), sin embargo, hay una que guardo en la memoria con especial cariño.

Tenía siete años y Santa Claus acababa de traerme una bicicleta Vagabundo. Mi abuela, con su pelo completamente blanco, sus 65 años y con todo el cariño que me guardaba, me llevó a una cerrada cerca de casa para enseñarme a andar. Una y otra vez se paraba atrás de mí, se aferraba a mi suéter y corría para impulsarme o estabilizarme cuando se me zafaban los tenis de los pedales. Al rato que pude solo, Tita me dio permiso de lanzarme por una bajada grandísima en la que acabé estampado en un viejo poste verde de luz con una herida muy...

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