Callejón de Sombrereros

Homenaje a una cachuchaJavier García-Galiano

EL UNIVERSAL?El juego es más viejo que la cultura?, escribió Johan Huizinga al inicio de Homo ludens; ?pues, por mucho que estrechemos el concepto de ésta, presupone siempre una sociedad humana, y los animales no han esperado a que el hombre les enseñara a jugar. Con toda seguridad podemos decir que la civilización humana no ha añadido ninguna característica esencial al concepto del juego?.

Sostenía que en lugar de la designación de homo sapiens, que ?no convenía tanto a nuestra especie como se habría creído en un principio porque, a fin de cuentas, no somos tan razonables como gustaba de creer el siglo XVIII en su ingenuo optimismo?, o del de homo faber porque el calificativo faber podría aplicarse a muchos animales, proponía el nombre de homo ludens, aun cuando los animales también juegan y ?el aristotélico homo ridens caracteriza al hombre por oposición al animal todavía mejor que el homo sapiens?.

Sin embargo, el juego puede ser peligroso, como lo supo Dostoievski, que en ?El jugador? recreó los riesgos que conforman la fascinación del juego, el cual puede ser asimismo una educación sentimental, una épica y un ritual.

No por azar el juego ha deparado una literatura, pues, según Huizinga, ?jugando fluye el espíritu creador del lenguaje constantemente de lo material a lo pensado. Tras cada expresión de algo abstracto hay una metáfora y tras ella un juego de palabras?. El juego no sólo ha incitado relatos como el de Dostoievski, sino que ha propiciado naturalmente géneros que parecen haber terminado por formar parte de él como los diálogos elementales entre jugadores, tratados a veces admirables, como el de Alfonso X acerca del ajedrez, la arenga para instigar al triunfo, las porras de aliento, las anotaciones de los entrenadores, las cédulas arbitrales, crónicas escritas y radiofónicas, una crítica a veces imaginativa, declaraciones repetitivas a la prensa, libros de ?superación personal?, aforismos peculiares, un idioma propio del juego.

Entre aquellos que, quizá sin proponérselo, han practicado esos géneros peculiares, don Nacho Trelles no parece el menos memorable. Como el Atlante, como el Atlas, recientemente cumplió su centenario. Reconoce que su iniciación en el futbol fue circunstancial cuando acompañó a una prueba al equipo Necaxa a Daniel Pérez Alcaraz, que era el más audaz de sus amigos y quería ser portero, ?pero no muy apto para el deporte: no era alto, ni fuerte, ni elástico, pero...

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