Diario Íntimo de Lulu Petite

Se las doy con gustoLulu Petite

EL GRAFICOQuerido diario: A veces me pregunto si es una epidemia o sólo es que a las putas nos contratan principalmente hombres rotos. Me refiero, claro, a rotos del corazón. Toño me llamó temprano. Fue rarísimo escuchar su voz ronca y amable. Lo conocí hace años. Nos veíamos seguido, pero de pronto ¡Zaz! Dejó de hablar. En aquellos tiempos siempre hablaba de amor, de las mujeres de las que se enamoraba y no le correspondían. De lo mucho que le ilusionaba encontrar con quien casarse y formar una familia. Mientras, eso sí, le daba vuelo a la hilacha (o paz a esas ganas que tiene a veces el cuerpo de encontrarse con otro) descargando su deseo en sesiones de paga conmigo.

Cuando dejó de llamarme andaba detrás de una mujer muchos años menor que él a quien, según supe, consiguió conquistar. Toño no es muy guapo, pero tiene una personalidad encantadora y una solvencia financiera que lo hace un buen partido. El caso es que se casó, valga la redundancia. Entonces dejó de verme y terminé por perderle la pista.

El amor. No sé si el amor esté sobrevaluado. Me refiero a las historias donde romance con promesa de felicidad, en lo próspero y en lo adverso, hasta que la muerte bla, bla, bla.

No lo sé. Lo que sí sé es que Toño se divorció. Resulta que su ahora ex esposa le ponía los cuernos y una noche la encontró en su propia cama durmiendo con un fulano que salió corriendo como si hubiera visto al diablo.

?Estuve muy mal, Lulú ?me contó mientras yo le acariciaba las canas. Ya no usa bigote y se ve un poco más traqueteado de como lo recordaba, pero en el fondo es el mismo que conocí hace tiempo.

Apenas llegué, se me acercó como un lobo a su presa. Se veía urgido. Ansioso, como adolescente a punto de su primera vez.

?No cojo desde antes del divorcio ?me contó.

Sentí su respiración en mi cuello. Me tomó el rostro con su manota rústica, pero lo hizo con dulzura. Me miró a los ojos por un instante y eso bastó. Nos besamos. Sus labios carnosos cubrieron los míos. Escurrió su mano por mi cuello, por mis hombros, delicadamente, sin prisa. Sus dedos reptaron por mi pecho, rozando eléctricamente mis poros. Mis tetas se acoplaron a sus palmas. Apretó suavemente. Mis pezones se pusieron duros como botones de chocolate. Él los lamió, los besó, los mordisqueó. Sentí cómo si les susurrara algo.

Pegó su cuerpo al mío. Sentí el bulto entre sus piernas. Una macana considerable, prensada, hinchada. Me excité al saber que era todo para mí...

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