Diario Íntimo de Lulu Petite

Como mis taconesLulu Petite

EL GRAFICOQuerido diario: A mí me gustan los hombres como me gustan mis tacones: altos, buenos y que no lastimen. Ricardo es el prototipo perfecto que encarna esa idea. Me habló el sábado y quería enterarse de mis servicios.

Su voz me fascinó, grave, pero no aterradora, profunda, pero no misteriosa. Encantadora.

?Te va a gustar. Doy trato de novios, con besitos y caricias. Todo el sexo que quieras en una hora, siempre con condón.

Como él ya estaba en el motel, me dio el número de habitación y acordamos vernos de inmediato. Lo que tardara yo en llegar. Todo con este tal Ricardo sucedía sin contratiempos, ante cada pregunta, una respuesta amable, positiva.

Mis tacones resonaron en el pasillo, mientras me fijaba en el número de las puertas. En cuanto llegué a la indicada, hice un puñito y toqué.

Mi sorpresa fue grata. Un cuello largo y estirado, con una manzanota de Adán muy pronunciada y que provocaba darle un mordisquito de Eva. Vaya que es alto. Imponentemente, como si usara zancos o fuera el resultado de la cruza de una persona y una jirafa. Me gustó su contextura, la elegancia de sus movimientos y la forma tan varonil en que me extendió su mano para hacerme pasar.

Para nada tímido, comenzó a hablarme seductoramente. Sus labios eran suaves y estaban muy húmedos. Eran refrescantes, por ponerlo de algún modo. Sabía rico. Estiré mi brazo y toqué su entrepierna. De pronto sentí que él posaba su mano sobre la mía y me indicaba qué camino seguir. Estaba durísimo y prácticamente vibraba.

Nos relajamos rápidamente. A medida que nos dejábamos caer sobre la cama nos desvestíamos. Ricardo fue ágil y me quitó la blusa en un santiamén con una mano, mientras la otra se abalanzaba explorando mi espalda, con pericia y desabrochando el sostén. En automático, yo también le iba quitando prendas y estrujándolo con el cuerpo fogoso.

Sus caricias eran señales encendidas que me prendían la piel. Su respiración cálida en mi cuello cuando comenzó a darme besitos y a lamerme las orejas me encaminaron hacia el deseo más elevado. Nos manoseamos, nos reconocimos en la desnudez, en la intimidad casual de nuestro encuentro.

Recorrió mis piernas con sus dedos candentes, trazó caminos con su lengua en mi pecho, apretó mis curvas, mi carne y mi figura temblorosa. Lo quería todo, lo deseaba tanto como él.

Se acomodó encima, acariciando mi rostro con su mentón...

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