Esperanza revive en “La Gran Familia”

(MATERIAL EXCLUSIVO PARA MEDIOS IMPRESOS. QUEDA PROHIBIDA SU PUBLICACIÓN EN INTERNET)ZAMORA, Mich., julio 25 (EL UNIVERSAL).- En el día número 10 de la intervención de las autoridades federales al albergue de La Gran Familia de Zamora, las cosas se miran diferentes.

De los más de 600 habitantes, 525 de ellos fijos, quedan cerca de 300, quienes no han podido salir por alguna razón de tramitología, pero que ahora deambulan por patios, entretenidos en talleres, futbol, juegos, tareas de limpieza que observan y viven como si estuvieran en una extraña feria.

Los grandes árboles de la entrada del albergue, que ocultaban gran parte del edificio, han sido derribados porque estaban plagados; el puerco que padecía una extraña enfermedad que lo hacía temblar, ha sido sacrificado.

Los gallos, gallinas, marranos y tlacuachos que se paseaban a sus anchas han sido retirados, lo mismo que los 29 perros.

El olor a podrido y excremento se ha ido, pero aún se pega en la ropa y en la memoria.

Tachi —un niño popular entre los internos por su simpatía— se ha bañado muchas veces y le han rapado el pelo en casquete corto.“Se siente bien”, aunque siga siendo agua fría, dice.

Se han recogido más de 40 toneladas de basura y, este viernes, el ayuntamiento levantó los últimos pupitres, rotos, viejos, echados a perder por el desuso y acumulados por decenas en alguna parte del albergue.

Todos los internos cuentan ahora con un kit de limpieza. Una pasta de dientes, un jabón, talco para pies, una cobija nueva, zapatos, tenis nuevos, calzones, crema, que cuidan como tesoros; tienen ropa nueva y limpia.

Una constante son las acusaciones mutuas de robo de pertenencias, cuenta una mujer de la Policía Ministerial, que cuida cada paso que dan los chicos dentro del albergue.

“Se roban entre sí y por eso se originaban muchas peleas, que a veces terminaban violentamente. Se robaban desde un zapato hasta una tortilla”, dice la mujer.

La violencia también es una manera para comunicarse entre los habitantes.

Sin más, un muchacho grande le suelta una patada en la boca del estómago a otro chiquillo que iba pasando y lo sofoca. El agresor se ríe divertido, pero recibe un regaño de parte de un cuidador, quien le dice que la violencia no debe ser su lenguaje.

Así, precisamente, en una pelea trivial perdió la vista Ángel Rodolfo, un chico que ahora tiene 12 años, pero que llegó hace cuatro al albergue-prisión que era La Gran Familia.

Dice que lo canalizó a este lugar el DIF de Toluca, luego...

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