Fábulas perrunas

Al antidoping con todo y chivasCarolina Rocha MenocalEL UNIVERSAL(Embargada para sitios en Internet hasta las 24:00 horas locales)La idea me invadió de súbito. Los casos de un puñado de inocentes y desvalidos futbolistas estaban ahí expuestos en las revistas del corazón, en los programas del espectáculo, en los talk shows y en los noticieros de la televisión (¡qué línea tan delgada separa a estos programas!).Su Adelita, simple y sencillamente, no podía quedar indiferente ante tanto vicio, acusación y sospecha. Que si uno es víctima del clembuterol por vivir en México, que si el otro pueque sea borrachito, que si aquellos para contender a la gubernatura del estado -con minúscula- de Peña deben mostrar que no son adictos, questo, que l'otro y que mejor tomar cartas en el asunto.Antidoping en el sureño hogar, me dije, y ya entrada en ello examen psicológico a la perrada, revisión de sus cuentas de juguetes y cateo en el patio trasero sin orden de un juez porque a mí también me estorban los procesos legales y al que no le guste que denuncie. (Escúchese un sonoro, macabro y grave 'Jojojojojooo… ¡ooooh!' de fondo).La medida me pareció por demás atinada tras conocer el caso del pequeño Max. ¡Ese Max! Maximino para los cuates, Maximiliano para los franceses y 'el baterista' para entendidos de música y expertos en la comunicación perruna, dado que a este perrito de raza bulldog francés le daba por bailar al ritmo que le marcara su ama hasta que se perdió en el vicio. Ajá. El Maxito de pronto empezó a mostrar visos de ineptitud y que casi lo expulsan del departamento de Polanco en el que dignamente vivía.La historia es que Max empezó a caer dormido, jetón, pelas, muerto a la menor provocación. Su ama, toda una deportista, con tenis, gorra, pesas y botellita de agua, lo llevaba a dar la vuelta por los exuberantes jardines del parque hormiga en Chapultepec, pero el paseo terminaba en mini-caminata exprés. Cuando no habían avanzado ni siquiera unos 700 metros Max se colapsaba. Sin motivo aparente, el rechoncho can caía de ladito, ? lengua de fuera y patas tiesas. No había poder humano que lo volviera a la vida. A lo más, sacudía con pereza el belfo una vez que su dueña desesperada le salpicaba la finísima agua Evian en el hocico (ajá, ni levanten la ceja inquisitoria porque aquí entra el término como anillo al dedo). Había que esperar cerca de 40 minutos tumbados en el césped a que Max volviera a la vida para regresar al hogar o de plano arrastrarlo...

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