“Fui tratante, secuestrador y corruptor de autoridades”

Óscar BalderasMÉXICO, D.F., agosto 7 (EL UNIVERSAL).- Anota bien mi nombre. Fíjate bien en mi rostro. Si me ves en la calle, reconóceme. No escondo mis datos ni mi cara. Me paro de frente porque vengo a ofrecer disculpas y a contar cómo logré, con complicidad de las autoridades del Distrito Federal, amasar una fortuna esclavizando mujeres. Me llamo Mario Hidalgo Garfias —puedes “googlearme” para saber más de mí— y fui tratante, secuestrador y corruptor de autoridades. Hoy busco trabajo honrado y después de leer este texto tú decidirás si merezco una segunda oportunidad o no. Anota bien. Fíjate bien.

El club de los padrotes de Limón 7

Mario tiene 12 tatuajes en el cuerpo, pero hay uno que resalta entre los cráneos y los escorpiones que se pintó en la piel: en el antebrazo izquierdo tiene el dibujo de una mujer arrodillada, amordazada, lista para ser violada. Ahora usa playeras de manga larga para cubrirlo porque asegura que se avergüenza, pero cuando era un temido padrote esa “tinta” era su orgullo. Una especie de tarjeta de presentación que antecedía al hombre de unos 160 centímetros de alto, robusto, moreno, de manos toscas.

Nació en la colonia Obrera, del DF, en 1978, pero huyó de su barrio a los 17 años porque su jefe, un comerciante ambulante, lo quería matar por robarle tres relojes. Cuando se enteró que su vida estaba en peligro, un taxista al que tenía confianza lo mandó con Javier, un padrote que ofrecía comida y techo a quien mantuviera limpio su prostíbulo.

Antes de ser mayor de edad, se convirtió en inquilino de la casa de Limón 7, en el corredor sexual de San Simón, en La Merced. Aprendió a levantarse al amanecer para asear los 12 cuartuchos de la casa donde se ofrecían servicios sexuales. Limpiaba las cortinas que separaban las habitaciones, barría el piso, sacudía los catres y ponía en cada cubículo una cubeta con un poco de agua, trozos de papel higiénico y un condón. Antes de las ocho de la mañana, cuando abría la casa para recibir a los primeros clientes, debía mezclar azúcar, canela, orines y amoniaco, la pócima que derramaba en el umbral para que, según Javier, hubiera buenas entradas.

Cada chica que llegaba hasta Limón, de entre 15 y 40 años, sabía que debía tener entre 40 y 50 relaciones sexuales diarias. Cuando cerraba la casa, a las nueve de la noche, toda la ganancia se entregaba a Javier, quien apartaba un tanto para la dueña del predio, doña Socorro, otro tanto para él y otro para los padrotes de las mujeres. Ellas sólo...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR