Inmigrantes, desapariciones sin rastro

(Material de EL UNIVERSAL+)

MÉXICO, D.F., abril 1 (EL UNIVERSAL).- El teléfono siempre está apagado. La puerta de la casa no ha vuelto a abrir. Las cumbias hace mucho que no suenan en la recámara y Diana Maribel Rivera cada día se vuelve más un fantasma.

Han pasado seis años desde que el suelo mexicano parece que se tragó a esta mujer, quien sonreía asomando su diente de oro blanco y decía a su familia que, por fin, abandonaría Guatemala para atravesar México y probar suerte en Estados Unidos.

¿Cuándo dejó su calle paupérrima, seca, imposible de sembrar? Nadie sabe. Un día, la casa familiar y los abrazos de su hija dejaron de recibirla en los días festivos junto a su pareja, Mardoqueo de Jesús.

Lo único que se sabe, por testigos que trabajan con organizaciones a favor de migrantes, es que en su tránsito hacia el sueño americano, el camino, se le acabó en Tapachula, Chiapas, donde fue reclutada por un grupo criminal mexicano al negocio de la trata de personas.

Desde 2007, varios han visto su cabello chino, ojos negros y figura regordeta pasearse por los prostíbulos del Parque 5 de Mayo, donde las mafias reclaman hasta 3 mil pesos de "cuota" diaria a cada mujer, aunque eso signifique 30 relaciones sexuales forzadas por noche.

A pesar de que trabajadores de un antro llamado Gol Bar la han reconocido, ninguna autoridad mexicana la ha rescatado. No en ese municipio, asediado por Los Zetas y la mara MS-13; no en este país, porque, dicen, la policía municipal se niega a buscar a una centroamericana.

Mientras tanto, Diana Maribel se convierte, con cada día que pasa, en un fantasma que el 16 de junio cumpliría 43 años.

- Una llamada

"Mamá, me tienen secuestrado unos 'zetas'. La amo mucho, cuídese y ore por mí, porque tal vez no salga vivo de esta", dijo Brandon Hernández, y del otro lado de la frontera, en México, la llamada se cortó.

En nueve segundos, la vida de Amelia da un vuelco.

A sus 62 años, el corazón se le detiene y con las manos aferradas al teléfono apenas alcanza a decir: "Pero...¿cómo...?" antes de caer desmayada al piso de su casa en Huehuetango, Guatemala.

Esperaba que su hijo mayor, de 40 años, le dijera que todo iba bien, que había llegado sano y salvo a Amatlán de los Reyes, Veracruz, donde pensaba descansar en casa de unas mujeres llamadas "Las Patronas", quienes apoyan con comida y bebidas a los migrantes que, como él, recorren el país hasta la frontera norte a bordo del tren "La Bestia".

Prometió no quitarse las botas, aunque...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR