'Ser joven es resistir, y ser joven indígena es resistir doblemente'

CIUDAD DE MÉXICO, octubre 16 (EL UNIVERSAL).- Nadia López García tiene 26 años. Es una mujer mixteca que usa orgullosa una falda azul que le hicieron sus tías, una blusa que le bordó su abuela Natalia y un rebozo que le regaló su mamá.

Hace poco lloró de impotencia frente a la Biblioteca Central de la UNAM. Debió optar muchas veces entre "un taco o unas copias" y seguir sus estudios; pensó en darse por vencida, pero no lo hizo. Este martes recibió de manos del presidente Enrique Peña Nieto el Premio Nacional de la Juventud 2018 por su labor en el Fortalecimiento de Cultura Indígena.

Junto con otros 17 jóvenes talentosos mexicanos, recibió el galardón, en la residencia oficial de Los Pinos, con su rebozó sobre sus hombros. Ahí, frente al Presidente de México, narró su vida.

"Escurren las lágrimas de mi madre a quien le pusieron ceniza en la boca para que olvidara su lengua. Mi madre, quien hoy vive con la mitad de su corazón. Soy Nadia, una mujer de la mixteca alta de Oaxaca; hija de una mujer que fue monolingüe hasta los 15 años y que no concluyó su educación primaria, porque no podía hablar en español.

"Una mujer que recibió castigos por hablar y pensar en la lengua mixteca. Soy nieta de una mujer que a sus 60 años pudo escribir por primera vez su nombre. Soy bisnieta de Catarina, quien murió sin que una clínica ni un doctor llegaran a la comunidad. Soy mujer, soy indígena, soy migrante y soy joven".

Indicó ante el presidente Peña que quizá todas estas características son las que "dolorosamente" presagian un futuro poco alentador. Advirtió que aunque mucho se ha trabajado y logrado por los derechos de los pueblos indígenas, los migrantes, las mujeres y los jóvenes, aún falta mucho por hacer. "Ser joven es resistir, y ser joven indígena es resistir doblemente".

Narra que creció en los campos de fresa, tomate y pepino junto a cientos de niñas y niños jornaleros migrantes, que año con año migran con sus padres al Norte, para trabajar en los campos de cultivo, en el Valle de San Quintín.

Nadia cortaba fresas y hacía "bolis" -agua de sabor congelada en pequeñas bolsas de plástico- que vendía en la escuela, ahorraba el dinero que ganaba y se los daba a sus padres porque así sentía que más pronto regresaría a su pueblos, a su casa, a sus abuelas, a su tierra, al lado de los suyos.

Recuerda que estando en Baja California escuchó por primera vez a su madre hablar una lengua diferente, "que sonaba como la lluvia". Ella y sus hermanos dejaron de...

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