Migrantes, escuelas para pobres, en cuartos de albergues

Julián Sánchez

TACÁMBARO, Mich., mayo 1 (EL UNIVERSAL).- “Aquí no dan camas, sólo petates, pero me gusta más dormir en el suelo”, afirma Alicia Antonia Hernández Sánchez, una niña indígena de 10 años, quien vive desde hace cuatro meses en un albergue junto con sus hermanos y sus padres, quienes, como migrantes agrícolas, salen cada año de su natal Oaxaca hacia Nayarit o Michoacán para trabajar en la zafra.

Sin oportunidad para llevar una educación adecuada, Alicia cursa cuarto grado de primaria en su estado, donde habla español y zapoteco. Le gustan los libros de terror e Historia, pero hasta hace menos de un año los puede entender con mayor facilidad; antes de ese tiempo no sabía leer bien.

Ahora lee mejor y se ha aprendido todas las tablas de multiplicar, por las clases que toma en uno de los cuartos del albergue en el que vive, donde las clases las imparten los líderes o figuras educativas comunitarias del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe).

“La situación es difícil, tenemos que dejar nuestra casa porque allá (en Oaxaca) no hay trabajo y mi esposo tiene que buscar dónde ganar dinero, y nos vamos a Nayarit o aquí”, comenta Silvia Sánchez, madre de Alicia y de otras dos niñas, de siete y 12 años, así como de un niño de tres años.

Con ingresos apenas para comer, la niña extraña a sus amigos de la comunidad de Santa María Xadani, Oaxaca, y prefiere estar allá, aunque dice que se siente contenta en el albergue porque aprende más cosas con los jóvenes instructores del Conafe.

“He aprendido las partes del cuerpo, me gusta la ciencia y leer cosas que han pasado. La Historia me gusta”. Muestra seguridad cuando habla del sueño de convertirse en maestra para enseñar a niños que, como ella, tienen dificultades para llevar una enseñanza continua.

El rincón de los juguetes

Alicia nos invita a pasar a su cuarto para enseñarnos los petates en los que duerme su familia y la hamaca en la que se turnan para descansar por las noches. Voltea hacia uno de los rincones donde están unos juguetes y dice: “A mí ya no me gustan los muñecos de peluche, yo ya estoy grande”, se define la niña al mostrarnos a Pánfilo, un conejo de peluche de su hermana Deisy, de siete años, y una ardilla que aún no tiene nombre.

Del piso levanta un cuaderno en el que hace dibujos y luego acomoda uno de los petates que movió con los pies al pasar.Me gusta dibujar las partes del cuerpo y paisajes porque le recuerdan a Santa María Xadani y a sus amigos oaxaqueños, a quienes...

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