Mochilazo en el tiempo

El bromista que quiso ligar y murió en el intentoEL UNIVERSALEn noviembre de 1926, Carlos Ocampo escribía en EL UNIVERSAL ILUSTRADO sobre las Cosas de la vida cotidiana: Las Bromas Telefónicas. El reportero del semanario cultural, advertía al lector que su nota no se trataba de "un nuevo desahogo contra la compañía de teléfonos".

Aunque joven, el servicio ya era un dolor de cabeza para los usuarios: "No vamos a repetir aquí por ya sabidas las mil y una mortificaciones que tiene que sufrir el optimista mortal que quiera obtener una comunicación telefónica".

Una vez tranquilizado el lector, Ocampo revelaba que la intención de su texto era ocuparse de las "infinitas oportunidades que el teléfono ofrece a los que tienen el espíritu retozón y el ánimo dispuesto a la broma", agregaba que "el bromista está de continuo en acecho, atento a no desperdiciar la ocasión de lucirse".

Uno de los innumerables recursos con que cuenta tanto los bromistas de vocación como los de profesión, es el teléfono. Y si echan mano de este vehículo es precisamente por la impunidad que ofrece. Se decía sobre este fenómeno en 1926.

El bromista, decía el reportero, "envuelto en las sombras de la impunidad afila la cuchilla de su ingenio a la espera de la víctima propicia"; sin embargo, el destino jugó en contra de un bufón del auricular que apostó a su timo y perdió algo más que su honor.

Según el relato de Carlos Ocampo, una señorita era importunada de manera continua a través del teléfono, por una persona "que se permitía bromas chocantes, escudándose en la intriga de que se trataba de un pariente".

Como la broma iba adquiriendo proporciones desmedidas, la señorita en cuestión puso al tanto de la situación a su prometido, para terminar con aquello. "Se formó un plan para dar con el bromista. Y en cierta ocasión, ante un llamado telefónico, sospechando que se trataba del habitual impertinente, el prometido de la señorita acudió al llamado. Dejó que hablasen, a fin de precisar si descubría por la voz la persona que hablaba".

La señorita levantó el auricular del aparato telefónico e inmediatamente preguntó: "¿Ah, es usted Fulano?".

Ante la afirmación de la voz femenina, el bromista se confundió. Por unos segundos dudó, por un momento cayó en él, fue víctima de su propio timo, no supo qué contestar al sentirse al descubierto: "Sí... Mira... Te voy a explicar...".

La señorita, segura de sí misma, no dudó y ante la tibia y desconcertada respuesta del acosador aprovechó para...

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