Mochilazo en el tiempo

(Material trasmitido por el Servicio de Sindicado)Cuando en las cantinas no entraban mujeresAída Castro

EL UNIVERSAL"¡Hay puros hombres, pero entro!", dijo la primera mujer que osó pisar el interior del Salón Palacio, hace 30 años cuando la ley no le permitía beber en una cantina. Los gritos de los bebedores no se hicieron esperar: "¡Pásale mamacita, no te detengas!", "Esta es tu casa ¿Qué te tomas?". Los ojos masculinos se posaron en su anatomía.

Las conversaciones se cortaron de tajo y la mula de seis detuvo su caída. Su presencia provocó emociones contradictorias: sorpresa, burla, enojo, calma y hasta agresión.

La dama, temerosa, se sobrepuso al ambiente y caminó hacia la barra donde había varios bancos altos para degustar una botana y una bebida. Pidió al cantinero una cerveza en tarro y los tradicionales caracoles en adobo. Ellos prosiguieron su juego.

La polémica por su presencia se entabló entre los visitantes. Algunos comentaron que sería muy desagradable ver a una mujer en estado inconveniente, después de beber unos cuantos tequilas.

En la década de los años 80 se permitió la entrada a las mujeres a las cantinas "y ahora no hay quien las saque", escribió Francisco Ibarlucea en su texto "2º años de recorridos catineros".

Otro dijo que con la presencia de las mujeres en estos espacios las relaciones humanas mejorarían porque "ellas ponen la armonía y nosotros nos veremos obligados a comportarnos como caballeros".

El cantinero a su vez comentó: "esto se llama libertad porque en otros países hace mucho tiempo que se permite la entrada de las mujeres en estos lugares".

Al calor de las copas, los argumentos a favor y en contra de la presencia femenina subieron de tono y en ese momento de intensidad se escucha un "shhhhhh" que calmó los ánimos.

Las cantinas como lugares de esparcimiento y recreación fueron un espacio vetado a las mujeres por los prejuicios y el machismo en la sociedad.

Al interior hay un hombre que lleva una caja parecida a una batería de auto y anuncia: "toques, toques". El macho surge, se anima y se levanta de la mesa para soportar el dolor de las descargas que salen del aparato.

También entra el vendedor de la suerte, el que trae los millones, el billete premiado. Se le escucha decir: "Traigo el bueno. Cómpremelo patrón, que ora si se la saca".

Los comerciantes no dan crédito a lo que ven: una mujer que de ahora en adelante será también su cliente. Así lo describe la crónica que este diario publicó el 28 de febrero de 1981...

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