Mochilazo en el tiempo

(Material transmitido por el Servicio Sindicado el pasado 23 de agosto)El porqué de los viejos rabo verdeDavid Pineda

EL UNIVERSALEs común que al caminar por las calles observemos a hombres mayores, incluso de la tercera edad, que están coqueteando con mujeres muy jóvenes, a ellos popularmente se les llama viejos rabo verde.

La Real Academia Española explica que el término viejo verde es usado como un adjetivo para definir a una persona "que conserva inclinaciones sexuales impropias de su edad o de su estado". Para Valeria Aguilar Vázquez, psicóloga de la UNAM, este ser siente que aún tiene juventud aunque es un adulto mayor; además, sus actitudes son de perversión hacia las mujeres jóvenes, incluso menores de edad.

En el libro de "Seis siglos de historia gráfica de México 1325-1976", de Gustavo Casasola relata que durante el Porfiriato había tres clases de viejos verdes: el de la clase alta buscaba jovencitas de 20 años que los aceptaran por conveniencia; los de media optaban por tener relaciones sexuales con las cocineras o recamareras; en tanto, los de la clase baja se conformaban con acosar con palabras a todas las mujeres que veían.

En el viejo de clase media era común su lujuria como cualquier otro adolescente, relata Jorge de León, cronista de Iztapalapa, así, ellos buscaban siempre el placer sexual: "a buey viejo, cencerro nuevo".

En México era usual encontrar a los viejos de media y baja en lugares públicos, también en bares y clubes nocturnos: la Condesa o la Zona Rosa eran precisamente los lugares preferidos para ellos, relata el integrante de la Asociación de Cronistas Oficiales de la Ciudad México.

El rico podría tener una diferencia no tan sexual a comparación de los otros dos viejos de clase baja. En ocasiones el de clase alta se conformaba con tener una pareja joven con quién sentirse bien a su lado.

En la novela "Memoria de mis putas tristes", García Márquez describe una de estas situaciones: "Volví a la cama con mis calzoncillos de besos estampados y me tendí junto a ella. Dormí hasta las cinco al arrullo de su respiración apacible. Me vestí a toda prisa sin lavarme, y sólo entonces vi la sentencia escrita con lápiz labial en el espejo del lavabo: 'El...

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