Ser mujer indígena y campesina, un duro estigma a vencer

Astrid Rivera

CIUDAD DE MÉXICO, marzo 8 (EL UNIVERSAL).- Desde niña María Guadalupe González trabaja en la siembra de sorgo y soya, es originaria de la Huasteca potosina, viene de una familia de campesinos indígenas, su padre es guachichil y su madre otomí; es la menor y la única mujer de ocho hermanos, por lo que dice que la vida aquí es más difícil para las mujeres porque les toca “parir, trabajar y educar a los hijos”.

La nostalgia la invade al recordar a la menor de sus cuatro hijos, a la que siendo aún bebé a amamantaba y envolvía en su rebozo para cargarla sobre su espalda para ir a trabajar en su parcela.“A mí me gusta trabajar el campo, soy ejidataria, trabajo con mi tractor en mi parcela”, afirma con una sonrisa constante en el rostro.

Con orgullo cuenta que sola logró sacar adelante a sus hijos. Todos estudiaron una licenciatura. Se divorció cuando su hija tenía cuatro años y trabaja desde el amanecer hasta que la noche cae. Siempre ha tenido el apoyo de sus hermanos, pero cuenta que en su comunidad no es bien visto que una mujer ande sola.

“Hay comunidades donde no hay agua, no hay leña, no hay luz. Nosotras tenemos que hacer todo ese trabajo; los hombres salen a trabajar, pero nosotras nos quedamos al cuidado de los hijos. Somos marginadas porque el patriarcado está muy arraigado, sobre todo en las zonas rurales, donde se les da preferencia a los hombres para el estudio, para tener mejor trabajo. A nosotras nos toca parir, trabajar y educar”, afirma.

Ante las dificultades que viven las mujeres en el campo, y que ella misma ha padecido, inició una organización para conseguir mejores condiciones, y sobre todo que las mujeres pudieran estudiar. Confiesa que al principio fue complicado que ellas accedieran a participar porque sus esposos no las dejaban salir de casa a las plazas públicas donde hacían sus eventos.

Datos Inegi de 2014 reportan que de los 27.8 millones de personas que vivían en las zonas rurales 14.1 millones eran mujeres. Desde hace más de 26 años Lupita forma parte de la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC) en San Luis Potosí y reconoce que cuando recién ingresó a la agrupación batalló mucho para integrarse con los compañeros, porque “no le hacían caso”.

No nos dan espacio en muchos ámbitos, hay que reconocerlo, pero tenemos que pelearlos. Con los hombres ha sido difícil que nos puedan apoyar y menos que nosotras podamos ir a ordenarles algo porque no lo hacen. Ese proceso sí ha sido...

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