'Si no hubiera huido de mi marido, estaría muerta'

Daniela Guazo

CIUDAD DE MÉXICO, febrero 24 (EL UNIVERSAL).- Esta era la imagen que se vivía en una de las calles de la Ciudad de México una mañana de febrero: una mujer de no más de 1.60 de altura salía a hurtadillas de una casa; sus pequeños pasos eran acelerados.

En el hombro llevaba colgada una bolsa negra que a simple vista parecía pesada. A su lado iban dos chiquitos: un niño de ocho años y una niña de siete. En sus brazos cargaba a una bebé de dos años.

Con prisa se alejó del lugar en el que por una década fue víctima de tantos golpes y abusos que, incluso, llegó a pensar en el suicidio.

"¿Por qué aguanté tanto?", se pregunta Margarita entre lágrimas. Es algo para lo que aún no tiene una respuesta clara. "No era amor, era miedo. Estaba aterrada y no sabía qué hacer. No tenía a nadie", dice mientras recuerda cada golpe e insulto.

A los 15 años conoció al padre de sus hijos, quien era dos años mayor que ella y le brindaba amor y atención. A los pocos meses de noviazgo le pidió que vivieran juntos.

"Acepté. Era la ilusión de dormir y despertar a su lado", dice Margarita. No había ninguna señal de alerta. Ningún foco rojo que le dijera que estaba a punto de entrar a una casa que parecía no tener puerta de salida.

La mentira duró poco. A los pocos meses empezaron las prohibiciones: no podía usar vestidos, mucho menos faldas. Si salía a hacer alguna compra y se tardaba, de inmediato llegaba el reclamo. Los únicos dos celulares que tuvo se los rompió con un martillo. Las agresiones verbales eran constantes.

"Hueles feo. Eres asquerosa", Margarita recuerda las frases que tenía clavadas en la mente de tanto que se las decía.

Un año seis meses después llegó el primer golpe. Una bofetada la dejó en el piso y mientras su cuerpo estaba tendido, comenzó a patearla.

El "motivo" fue que él llegó con una marca en el cuello y cuando le reclamó, lo que recibió fueron golpes.

A partir de ahí todo se vino abajo cada vez más rápido. "Ya se le hacía fácil pegarme por todo: con el puño, me abofeteaba, me insultaba"... Eso era el día a día de Margarita.

Sus pequeños eran testigos de cada agresión que recibía. Muchas veces se metían, pero resultaba peor, porque ella veía cómo su pareja empujaba a su hijo o jalaba del cabello a su niña.

Los golpes dolían, pero el llanto de su pequeña y que a sus siete años le repitiera con fuerza: "Lo odio mamá, lo odio. ¿Por qué no nos vamos de aquí?, ¿por qué seguimos aquí?", es una herida que hasta el momento no termina de...

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