El objeto del deseo

Un orgasmo liberador"Posó mi palma en su falo que sentí bien erguido a través del pantalón".Anahita

EL GRAFICONunca estuvimos tan cerca el uno con el otro... Nos citamos para conversar sobre lo que él iba a hacer con sus padres: "Me los voy a llevar a mi casa mientras se van a Guanajuato. La suya quedó inhabitable".

Hacía unos tres meses que Toño se había divorciado y se mostraba decaído, aunque el nuevo problema lo evadió de la tristeza y parecía, irónicamente, más fuerte.

Durante la charla, al hablar del recuerdo del sismo, trazaba en mi mano esos picos y ondas que vemos en las gráficas y me provocó un cosquilleo, que resultó en risitas que debí contener, pues el asunto era serio. Pero me miró y él hizo lo mismo.

"Cómo extrañaba estas pláticas", me dijo con los ojos brillantes y llenos de añoranza. Le respondí con una sonrisa mirando su dedo en mi palma. "Si tienes un hondo penar, piensa en mí", tarareé con la vista en mi mano dibujada y sin dejar de sonreír.

Tomó mi barbilla, alzó mi cara y me besó intenso y con los párpados apretados como liberando su tensión y así recuperara la esperanza. Pedimos la cuenta del gin tonic y un refresco, y ofreció llevarme a mi casa aunque no llegaríamos a ella.

Nos tomamos de la mano cada que podía desatender la palanca de velocidades y no pudimos evitar besarnos cuando hubo un semáforo en rojo.

Ahora, sus ojos relajados hacían juego con sus labios entre los míos. La lengua entró al quite y, sólo por un momento, interrumpió la deliciosa acción para estacionarse y continuar en la erótica acción con las manos desocupadas.

"Siempre me pones así", me dijo sin dejar de chuparme los labios a la vez que posaba mi palma en su falo que sentí bien erguido a través del pantalón. Yo gemía, comiéndome su boca excitada a más no poder.

Mis jugos ya cubrían mis panties, y mis ganas de quitarme y quitarle la ropa aumentaba cada vez que recorría su pedazo endurecido. Detuvimos jadeantes el faje y arrancó hacia una farmacia, compró condones y yo lo observaba desde el asiento temblando y fascinada.

Una linda recámara blanca recibió nuestros antojos. Me tiré en la cama y comenzó a zafarme lo que impidió que nos entregáramos en el auto. Aún vestido, me besó de pies a cabeza, aparcando debajo de mi cuello.

"Me gustan tus clavículas, tus hombros y todo aquello que punza y donde pueda quedarme clavado?". Sus...

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