La pesadilla antes de Navidad

MÉXICO, D.F., diciembre 22 (EL UNIVERSAL).- Aglomeraciones en cualquier centro comercial. Consumismo rampante vs. aguinaldos famélicos. Tortas de bacalao. Pavos mal cocinados. Obsequios inútiles. Romeritos aguados. Fruitcake de Sanborns. El Cascanueces. Pinos atiborrados de ornamentos chinos.

Inacabables labores hogareñas tan banales como demandantes. Escaparates con maniquíes enfundados en abrigos de pelo sintético para un mediodía que no baja de los 20 grados Centígrados. Copos de nieve y esferas de plástico. Tránsito vehicular dantesco (todos los taxistas del Distrito Federal parecen haber sido abducidos por criaturas venusinas). Posadas etílicas que, inevitablemente, terminan en tragedias domésticas.

El patético brindis de la oficina y la comida de fin de año que la secretaria gorda insiste en organizar. Flores de Nochebuena marchitas. Villancicos infernales. Un indigente con un gorro de Santa Claus y media sonrisa colgando de sus labios (producto de la estopa con "activo" que sostiene en la mano). Reyes Magos en versión porno. Decenas de tarjetas electrónicas deseándote felices fiestas, enviadas por personas que no tienes la más remota idea de quiénes son. Sidra tibia que salpica un vestido bordado con lentejuelas trasnochadas y, de paso, embriaga la promesa de una noche de paz y amor: es la Navidad chilanga 2014.

Contrario a la realidad que me circunda, mi postal navideña favorita -la cual obviamente no existe- consistiría en una suerte de figura literaria/publicitaria que tendría como protagonista a la top model Coco Rocha, quien luciría un maquillaje más pálido que la nieve, con sus enormes ojos enmarcados en un perfecto sfumato púrpura, a juego con unos labios en terminado vinílico. Coco portaría un vestido de Mary Katrantzou impreso con un gráfico navideño post apocalíptico y, calzada con stilettos plateados Jimmy Choo, deambularía por un apartamento minimalista de muros blancos e impolutos pisos de madera.

Tras un ventanal imponente, el siempre inasible y recurrente paisaje nocturno de Manhattan, sólo que esta vez con una implacable lluvia de fuego. Coco, quien para ese momento ya tendría en las manos una botella de Dom Pérignon y dos...

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