Prejuicios la alejan de su hijo

Laura Jiménez

CIUDAD DE MÉXICO, marzo 4 (EL UNIVERSAL).- Por tener tatuajes en la mayor parte de su cuerpo y por su religión, María ha sufrido discriminación, en especial a la hora de pedir que se investigue la desaparición de su hijo. "Yo no pensaba tener hijos; tampoco creí que mi hijo fuera a desaparecer y que los tatuajes me iban a traer tantos problemas", relata la mujer de 50 años.

El penúltimo tatuaje que María puso en su piel fueron las letras IYCIS que significan Iván Yan Carlos Ibarias Soria, el nombre de su hijo menor que fue raptado el 9 de septiembre de 2016 en la colonia Juanita Tejeria, en Veracruz; se lo llevaron en una camioneta negra.

Cuando María fue a poner su denuncia la hicieron esperar más de 72 horas a pesar de que le contó a la policía lo sucedido; por los tatuajes, le dijeron que ella era una delincuente y que tal vez su hijo también y por eso lo habían desaparecido.

Ante la falta de respuesta de las autoridades correspondientes, la mujer inició una investigación para dar con el paradero de su hijo de 21 años. María ha buscado en hospitales, centros de rehabilitación y en centros penitenciarios de varias partes de la República Mexicana.

La visita a estos espacios se conoce como búsqueda en vida, porque permite a las familias de personas no localizadas obtener información sobre sus seres queridos. En México se han realizado diversas movilizaciones bajo este modelo de búsqueda representadas por madres mexicanas y centroamericanas. La primera Caravana Internacional de Búsqueda de Desaparecidos en Vida fue en 2017 y a la fecha se hace anualmente; también se llevan a cabo representaciones nacionales y estatales.

Cuando María visitó un penal por primera vez para obtener información sobre la localización de Iván recibió miradas provenientes de los custodios que la hicieron sentir incómoda. Miraban sus tatuajes y la revisaban de pies a cabeza.

Para la búsqueda en penales se necesitan ciertos trámites y permisos previos, ya que el acceso es restringido. Una vez en el lugar, las personas acomodan lonas en el suelo o en mesas y sostienen fotos de sus familiares; después, los internos son llamados para caminar en fila y observar. Si reconocen a alguien, deben hablar con un custodio.

Por cuestiones de seguridad, se omiten muchos detalles sobre la población penitenciaria y los centros que participan se tienen que apegar a diversos protocolos de actuación, así como evitar que se violen los derechos humanos de los reclusos.

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