El retorno a las narcocomunidades

Alejandra Sánchez Inzunza y José Luis Pardo

OCURAGUE, Sin., julio 7 (EL UNIVERSAL).- Camino a Ocurague, un rancho en la Sierra Madre Occidental del municipio de Sinaloa de Leyva, se observan los tubos negros de regadío que transportan el agua hasta los campos de amapola.

Dos hombres armados, uno con un AK-47 y otro con una escopeta, cruzan a pie por la terracería, y a los pocos minutos un lugareño que había recibido un aviso por radio custodia la camioneta de los periodistas a bordo de una cuatrimoto. En la entrada de esta comunidad de unas 100 familias hay tres casas: en una de ellas, de dos pisos, sólo se ven los restos de un incendio, un par de fotografías de las hijas de la dueña y unos vestidos viejos calcinados; en otra crece un cerezo que da frutos para nadie —el propietario sólo va de vez en cuando a limpiar la vivienda—; la tercera, en la que el vidrio de un ventanal sigue roto, está habitada por una familia que acaba de volver a casa después de más de dos años de exilio.

Hasta noviembre del año pasado, Ocurague —que significa yacimiento de agua— era un pueblo que la violencia del narcotráfico había convertido en fantasma. En enero de 2012, después de que una familia fuera asesinada por el crimen organizado, la comunidad abandonó sus tierras.“De otras comunidades nos avisaron que nos escondiéramos porque nos iban a matar. Llegaron unas 15 personas. Ellos nos dijeron: ‘o te unes a mí o vete’”, relata el hombre de la cuatrimoto, de grandes ojos azules y pelo castaño, que al igual que su familia pide el anonimato por temor a represalias de los narcotraficantes.“Quemaron casas, el cultivo quedó tirado y se llevaron todo. Lo que no se llevaron ellos se lo llevaron los guachos [militares]. Tuvimos que traer cucharas y platos”, dice la madre del hombre de los ojos azules.

Los postes de luz no tienen cables porque la violencia cortó una obra que nunca se reanudó. Tampoco hay animales, apenas unas cuantas crías de gallina. Las avionetas, dice uno de los niños de la vivienda habitada, sobrevuelan con frecuencia.Él quiere ser piloto cuando crezca. Para irse lejos. Un tercio de las familias, según cálculos de lugareños, han vuelto a su rancho.

“Hay que ser sinceros. Muchos no regresaron porque tomaron partido por un grupo o por otro [como pistoleros], nosotros nos fuimos porque es mejor perderlo todo que perder la vida o meterte a esas cosas”, dice el hombre de la cuatrimoto.

A partir de 2011, el recrudecimiento de la guerra entre el Cártel de...

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