Santos libros

Juego de Tronos: la esperanza nunca muere al último

El cierre de la historia, sin embargo, se vuelve lógico ahora que a toro pasado podemos ir uniendo pieza tras pieza de ese rompecabezas prodigioso que fue la serie.César Güemes

EL UNIVERSALNaturalmente, no habrá un solospoiler en esta columna, lector querido, asiduo a las series, cinéfilo y lector. Pero podemos partir de un hecho: a estas alturas, luego de la transmisión del episodio final de la última temporada de Juego de Tronos casi nadie encontró la paz que buscaba.

El cierre de la historia, sin embargo, se vuelve lógico ahora que a toro pasado podemos ir uniendo pieza tras pieza de ese rompecabezas prodigioso que fue la serie. Pero cuando le tomamos cariño a un trabajo televisivo como Juego de Tronos es muy difícil aceptar, primero, que ha terminado. Y, segundo, que nuestro gallo no fue quien se quedó con la mejor parte. Esto es: que no hubo un final feliz al edulcorado estilo de Disney, sino que los hechos al interior de la historia comenzaron a torcerse de tal modo ?lógico, permítame insistir, nada caprichoso? que todas las especulaciones respecto a los ganadores y los perdedores no sirvieron para nada. O casi para nada: demostraron el interés masivo de millones y millones de televidentes que hicieron suya la historia de George R.R. Martin adaptada para la pantalla casera y aguardaban con ansia de la mala el nuevo sobrecito semanal.

Aquí, el camino da una vuelta pronunciada: si me permite llamarlos así, haya dos mundos parecidos pero no idénticos: el de las novelas que conforman la hasta ahora inconclusa serie bibliográfica de Juego de Tronos, y la serie propiamente dicha. De por sí, narrar en una temporada todo lo que pasaba en uno de los volúmenes, el que usted elija, era una tarea imposible y por eso el trabajo se llama adaptación. Y al adaptarlo, algunos personajes cobran más color, fuerza y relevancia que otros que son tanto o más interesantes. No es justo, en efecto, pero es que una adaptación no está pensada para ser justa sino para crear otro mundo, otra forma de contar la esencia de la misma historia pero sin muchos de los detalles que conforman la fuente original. A cambio, al cinéfilo o al televidente se nos ofrece, en el mejor de los casos, un producto visual que no desmerece en nada al lugar de donde proviene, como la adaptación cinematográfica de El nombre de la rosa, de Umberto Eco, contra la cual hay poco que decir salvo que el detallado fino no está porque no puede...

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